miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mochima y el encuentro con los delfines (en el Caribe!)

Al bajar de la Sabana, se hizo sentir el calor, bien caliente, como debe ser en el Caribe, sólo que faltaba para llegar al mar!
Tratamos de hacer el camino lo más rápido posible pero tuvimos que pasar unos cuantos días en Puerto Ordaz, para tratar de arreglar nuestra computadora, llevar a Chico al veterinario y un sin fin de cosas. El calor y la falta de un buen lugar donde ubicarnos nos espantó.
Finalmente llegamos al caribe una tarde. La primera impresión fue de desilusión. El agua no era cristalina y el paisaje lejos estaba del paraíso. En cambio, esa parte de la costa es árida, semi-desértica y sus pobladores, que viven principalmente de la pesca artesanal, son muy pobres. Lo más grave era que se notaba la falta de agua. Todas las casitas tenían un tanque de plástico gigante en la puerta, que a todas vistas se transportaba. O sea que ahí el agua corriente no existía.
Igualmente nos bajamos apenas pudimos y nos metimos al agua! Ahí la sensación empezó a cambiar... el agua estaba tibia y además no había olas, el mar era una pileta gigante todo para nosotros y parecía que se flota más fácil!
Esa tarde llegamos a Mochima, Parque Nacional que nos habían recomendado mucho y que consta de varias islas. El pueblito en su orilla, es un muy ordenado y limpio. Los niños juegan en la calle hasta pasada la media noche y ahí el Chico encontró unos cuantos amigos. Además tiene una de las mejores panaderías de la costa!
Nosotros dormimos frente a Inparques, el ente que controla los Parques Nacionales en Venezuela, y a la mañana siguiente nos organizamos con mochilas y carpa, además de 20 litros de agua, y nos fuimos a pasar unos días a Manare, una de las islas de Mochima.

Manare, Parque Nacional Mochima

En el camino a la isla, pasamos por un santuario de delfines, lugar donde los delfines van a recrearse con sus crías. Los lancheros hacen un silbido especial y ahí estos bichos geniales aparecen nadando en la estela que deja la lancha. Se los ve de todos los tamaños, pero es muy emocionante ver a los chiquititos acompañados de sus papás. Mucha gente va a Mochima sólo para presenciar ese espectáculo, que a nosotros nos tocó de yapa o ñapa como dicen en Venezuela.


En la isla nos quedamos unos cuantos días, en compañía de Rubí y Nico, nuevos amigos que estaban de luna de miel y nos acompañaron desde ahí en adelante, una buena parte del trayecto por el Oriente Venezolano.
Las incomodidades no podían ser pocas en ese paraíso: a la falta de agua dulce para bañarnos (¡sólo teníamos para tomar y había que racionarla!) se sumó a que unas ratitas nos comieron el pan y que el fondo de la isla era un basurero! Pero la buena onda de los “venecos” nos entró al instante y ya el segundo día teníamos viajes gratis a tierra para reponer provisiones y los pescadores de la isla nos regalaron pescado para nuestra parrillita.


Aprovechamos para hacer snorkel todo lo que pudimos. La visibilidad era muy buena y conocimos mucha de la fauna del lugar. Hasta nos pinchamos con espinas de erizos. A veces un pez muy grande pasaba por abajo y daba un poco de miedo, aunque nos aseguraron que en esa zona no hay tiburones. La supuesta prueba es que delfines y tiburones no comparten hábitat, pero cuando uno está en el agua, a varios metros de la costa y ve un pez enorme, la racionalidad queda para otro momento!


Al tercer día las ganas de un buen baño (de agua dulce) nos corrió de la languidez de la que gozamos en la isla y decidimos volver a pisar tierra firme, esta vez con dos ocupantes nuevos en la Kangoo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Adentrándonos en Venezuela: La Gran Sabana

Luego de casi un mes de haber entrado a Venezuela, decidimos adentrarnos un poquito. Conocer la Gran Sabana no estaba en nuestros planes. Cuando pensábamos en Venezuela se nos venían a la cabeza imágenes de playas y el mar Caribe solamente.
Así que después de llenar nuestro tanque de combustible con $ 3 bolívares (unos 0.10 ctvos de dólar, si LLENAR) nos lanzamos a la conquista. Desde el camino vislumbramos tepuis, las montañas más antiguas del mundo. Cuentan las leyendas que son sagrados y que existen civilizaciones que viven escondidas en sus cumbres ya planas después de miles de años de erosión. La Gran Sabana es como una pradera a 1.500 msnm. recorrida por cientos de ríos y arroyos que son sus venas y traen vida. Casi toda su área conforma el Parque Nacional Canaima, nombre dado por sus callados habitantes, los Canaima. 

1ra. Salto Kama; 2a. Tepuis
 A pocas horas de andar y por casualidad nos encontramos con Shahla y Peter, dos canadienses que llevan 9 años recorriendo el mundo en sus bicicletas, en lo que ellos llaman un largo camino a casa. Ya nos habíamos conocido en Brasil, muy cerca de Manaos. Ellos estaban acampando al lado de una cascada así que rápidamente armamos rancho entre los cuatro.


A la mañana siguiente nos despedimos de los chicos pensando que en unos días nos volvíamos a ver. Avanzamos unos cuantos kms. y dejamos la ruta principal para meternos en un camino de tierra y arena, aunque esto último no lo supimos hasta el final. La idea surgió en el momento y luego de consultar si nuestra Kangurita pasaba por el camino, con un indígena con el que apenas nos entendíamos, decidimos mandarnos. Siempre el lema del que no arriesga no gana. Hicimos los 50 kms que separan la ruta asfaltada del Salto Aponwao. Tuvimos que lidiar con bancos de arena y piedras en los últimos 3 kms. Por momentos pensamos que todo el camino había sido en vano y nos íbamos a tener que volver. Pero la Kangoo se bancó todo y llegamos a donde sólo vehículos 4x4 llegan. Chico dormía atrás, como si estuviera en una mecedora.
Para el salto Aponwao todavía faltaba cruzar un río y caminar una hora. Cosa que hicimos al día siguiente. Llegamos a otro lugar mágico. Otra vez solos en un salto de 110 mts. de altura. Hasta nos dimos el lujo de caminar por la mitad del abismo por el que cae el agua, que estaba seco. ¿En que lugar del mundo sino en Venezuela íbamos a poder disfrutar de un espectáculo así, sólo para nosotros y sin gastar ni un centavo? Sólo en Venezuela. En cualquier otro lugar, ya estaría concesionado a alguna empresa que explotaría los recursos hasta las últimas consecuencias. En cambio en la Patria Bolivariana el turismo es comunitario y en la Gran Sabana eso implica que los indígenas Canaima, los dueños de esa tierra desde siempre, la cuidan y la protegen, sin dejar de hacer todo lo que está a su alcance para ayudar al turista.
Nos quedamos en ese paraíso 2 o 3 días, sin ganas de emprender la salida que implicaba bajar a tierras más calientes y según decían más hostiles.

Salto Aponwao
Con Shala y Peter no nos volvimos a encontrar, pero sabemos que están muy contentos en Centroamérica y que piensan llegar a su hogar en alrededor de un año. Van a haber estado viajando 10 años completos para ese momento. Les dejamos su página web por si les interesa conocer más de su experiencia: www.culturequest.ca

lunes, 8 de julio de 2013

Venezuela nos recibe con amor

Llegamos a Venezuela un martes a la tarde. Estaba nublado y la bandera venezolana colgada a media asta. Nos acercamos a un soldado a preguntarle donde hacer migraciones y luego de indicarnos nos lanzó un “bienvenidos a Venezuela” que casi nos dejó al borde de las lágrimas! Ya en la frontera se sentía la tristeza de un pueblo llorando a su líder. La plaza Bolívar tenía imágenes de Chávez, ofrendas y velas. No se escuchaba música, ni la gente hablaba a los gritos en la calle. El ambiente se sentía opresivo. Igualmente estábamos felices de haber llegado a Venezuela, de haber llegado en tremendo momento histórico. Nos sentíamos parte de la historia.



Por algunos días estuvimos por Santa Elena de Uairén, la primera ciudad que se encuentra viniendo desde Brasil. Después decidimos aventurarnos por un camino de tierra hasta El Paují, pueblito en medio de una serranía que separa la selva amazónica de la Gran Sabana venezolana.

Camino al Paují
Sabíamos por otros viajeros que el lugar es muy amigable, que se respira un aire de hippismo e indigenismo mezclados, que lo hacen un lugar especial, adonde muchos caraqueños deciden mudarse y olvidarse del frenesí de la gran ciudad. Caímos sin saber muy bien como, en el camping y restaurant “La Maloca”. Conocimos a Yusmeli, la dueña, y le ofrecimos quedarnos y ayudarle con lo que necesitara, a cambio del precio del camping. Ahí nomas le gustó la idea y nos dio la bienvenida ofreciéndonos su enorme cocina para que la utilizáramos a gusto y piacere.


Subimos a El Abismo, un cerro desde el que se puede ver claramente donde termina la selva y donde empieza la sabana. Es tan marcada la linea que de un lado de la montaña los árboles, las aves, la humedad, todo, es selva. Y la otra ladera es de arbustos, pastos cortos, arroyos secos y llanura. La energía de ese lugar es fuerte. Los metafísicos dicen que ahí se concentra la “energía del mundo”, lo que para los cristianos, sería donde vive Dios. Cada uno lo podrá leer según sus creencias o escepticismo, pero ahí se respira una vibra que no se puede poner en palabras. Por algo el pueblito es tan mágico y muchas personas que fueron de paso terminaron quedándose a vivir.

La división clarita entre selva y sabana
Por nuestro lado, pensábamos quedarnos una semana y terminamos “colgando” 20 días! Ayudábamos en el restaurant, comíamos ahí, Chico engordó unos cuantos kilos comiendo todas las sobras de comida y hasta empezamos a vender las artesanías.

Amanecer en el Pauijí
Tardes de mates metiéndole a las artesanías
Después de 5 meses de hablar portuñol, haciendo malabarismos para hacernos entender, volvíamos a nuestro idioma materno. Un alivio, aunque pronto sabríamos que entre nuestro español y el de Venezuela, hay que casi aprender a hablar de nuevo. Con Yusmeli aprendimos que la calabaza en Venezuela se llama auyama, el dulce de leche; arequipe, los porotos; caraotas, las guarniciones; contornos,  y así con todo. Ya no decíamos “re bueno”, decíamos “está fino”, nos avenezuelamos. Integrarnos con la gente del lugar nos encantó, pero emprendimos la retirada antes de que El Paují nos atrapara quisiéramos quedarnos a vivir.

Festejando los 6 meses de viaje con un pollo al disco y fernet!
Más fotos haciendo click acá 

viernes, 5 de julio de 2013

Presidente Figueiredo, algunos compañeros de viaje y la despedida de Brasil

Nuestra aventura seguía su curso. Desde Novo Airao volvimos 200 kms hasta Manaus y desde ahí 100 kms hacia el norte y hasta Presidente Figueiredo. Empezábamos a terminar nuestro paso por Brasil, y Venezuela se veía cada vez más cerca. Presidente Figueiredo es todavía selva amazónica, una zona atravesada por muchos ríos y arroyos, muchas cascadas y cascaditas donde se puede acampar y pasar el día. La mayoría son brazos del río Negro, que junto con el Solimoes forman el Amazonas. Como bien dice su nombre, el río Negro es de color negro. El agua parece Coca Cola! Perdonen el chivo pero es que no hay mejor explicación. Incluso si uno la saca del río, el agua sigue siendo como un café aguachento. Para nosotros, Figueiredo significó el encuentro con otros viajeros, unos ya de vuelta por Sudamérica y otros que han pedaleado por todos los continentes del mundo. El ambiente se puso dulzón, las historias y consejos iban y venían siempre a la luz de un fueguito. Las clases de macramé, a la orden del día. El Chico se paseaba entre las sillas, las carpas y otros perros y gatos. Cada uno en su salsa!


Cuatro días en Figueiredo ya nuestras cabezas se preparaban para dejar Brasil, después de 5 meses de recorrerlo de sur a norte. Todavía quedaban unos 900 kms de ruta, así que subimos Javi, un viajero chileno que conocimos ahí, arriba de la Kangoo y emprendimos viaje, atravesando la reserva indígena Waimiri Atraori, la línea del Ecuador y el estado de Roraima enterito. Y así, como si nada, nos despedíamos de la tierra de la magia. Fueron 5 meses, 18 mil kms de asfalto, tierra y agua, 18 estados, incontables ciudades y pueblos, muchísima mas gente buena que mala y amigos para una vida. Parábens Brasil! Gracias por todo. No te olvidaremos!!

Pasando por la línea del Ecuador rumbo a Venezuela
Últimas imágenes de Brasil en la reserva Waimiri Atroari
Más fotos haciendo click acá

jueves, 4 de julio de 2013

Novo Airao y el choque acuático

Después de medio día, se nos ocurrió meternos en el interior de la Amazonia. Con algunas pocas lecturas de Internet, salimos hacia Novo Airao, lugar del que teníamos entendido se hace más accesible llegar a conocer la selva Amazónica. El camino es bellísimo, muy parecido al ambiente de la selva misionera en cuanto al paisaje y hasta en los modos de la gente, ya que la principal actividad productiva, para bien o para mal, es la extracción de madera. Sin contar con que la tierra también es colorada como en Misiones.
Pasamos por la Lagoa Limoes (Laguna Limones, literalmente) que es un espejo de agua precioso, en donde se puede ver al Boto (o delfín de rio) rosa saltando y a muchas aves alimentándose de los árboles que crecen alrededor. Lastimosamente, no había donde acampar o quedarse así que seguimos hacia nuestro destino del momento.

En Novo Airao se respira Amazonas puro! El pueblo está en la margen del río y es muy tranquilo. Se llama así, porque la vieja Airao (Airao Velho) fue invadida por hormigas que hicieron huir a la gente del lugar en pocos días y fundar la nueva ciudad. Así de intempestiva es la naturaleza por estos lugares. En el antiguo pueblo, se comenta, que sólo vive un japonés ermitaño que hace las veces de guía para los turistas que deciden visitar las ruinas del pueblo. En cambio en el Nuevo Airao, hay muchos gringos que se establecieron y son dueños de posadas y restaurants.

Después de dar unas vueltas por la ciudad, que no tiene algo especial en sí misma, encontramos nuestro hogar nocturno, en medio del pueblo y dormimos bajo una lluvia torrencial que sólo paró despues de las 4 de la mañana. A esa altura, todo lo que nos pertenece e incluso nuestras personas, estaba empapado de humedad. Todo tenia ese olor característico de la humedad y estaba pegajoso. Agradecíamos, no obstante, haber caído en la estación húmeda, ya que en la estación seca, el calor es recalcitrante y se llega a temperaturas de más de 40 grados! Al día siguiente siguió lloviendo, mientras nosotros buscábamos a algún lanchero que nos paseara sin robarnos a mano armada. No fue fácil. Recién a las 3 de la tarde conseguimos a alguien y aunque el precio todavía era caro para nuestros estándares, aceptamos el trato. Después de todo, uno no va al Amazonas todos los días de su vida!


Nos adentramos por unos brazos del río, que sólo se forman en la estación húmeda, cuando el Amazonas crece más de 17 metros sobre el nivel de la tierra. Estos canales, que los brasileros llaman trilhas aquáticas, no se ven a simple vista ya que sus entradas están tapadas por vegetación.

Los lancheros conocen de memoria el río, pero se deben reir bastante de los turistas, porque de un momento a otro, encaran para el medio de los árboles, uno piensa que el tipo se volvió loco, que va a chocar la lancha y de repente se encuentra dentro de la "trilha", como si fuera un truco de magia.
Ahí "adentro" los árboles tapan el cielo. Si afuera llovía, ahí solo caen unas gotitas. Si había sol tampoco se ve. Es como un túnel de agua y árboles. A los costados sólo hay más y más árboles y se puede escuchar a las guacamayas cantando. De repente el canal se empieza a abrir y uno aparece en una laguna enorme, desierta, con la superficie cubierta de arroz que crece salvaje y da de comer a peces y aves. No se escucha ningún sonido y cada voz parece una intromisión en la paz reinante. El agua está tan quieta que el lago es un espejo perfecto del cielo.


Uno se quedaría ahí, quizás petrificado, tratando de ser una parte de más del paisaje, pero no, existe el "sistema" entonces el lanchero arrancha el motor y te lleva de vuelta a la civilización.

Más fotos haciendo click acá

miércoles, 3 de julio de 2013

La Amazonia no nos daba tregua: Manaus a la vista!

Que ha corrido mucha agua desde el momento en que se escribe este relato y el momento en que sucedió, puede ser, como puede ser que no. Que sería mejor haberlo escrito no bien estábamos vivenciando los hechos hubiera ayudado a servirnos de más detalles, seguramente. Pero también el paso del tiempo nos pone en perspectiva y nos hace que valoremos mejor lo vivido. De todas maneras, acá estamos, tres meses después de haber estado en territorio amazónico, tratando de expresar las emociones y las vivencias de ese tramo del viaje. Teniamos depositadas muchas y muy diversas expectativas en esta ciudad. Muchas preguntas. ¿Cómo será una ciudad en el medio del Amazonas, sus personajes, se notaría la indomabilidad de la naturaleza en sus calles? Todo un imaginario rondando esa ciudad que pronto íbamos a conocer.


La llegada a Manaos fue caótica. Los encargados de la balsa contaban con muy poca experiencia para descargarla y ninguna facilidad. Para peor, la lluvia, de a ratos, hacía imposible el trabajo y hasta la desidia del equipo atentaban contra la descarga de la balsa. Nosotros estábamos muy bien ubicados al frente para salir primeritos, pero la gerencia mandó a poner la rampa en otra balsa primero. Después se dieron cuenta de que de la otra balsa no podían bajar los autos porque algunos estaban chocados y se tenia que hacer presente el seguro de cada uno, antes de bajarlos. Empezaron a llegar los dueños de otros autos y la mirada atenta de todos sobre las maniobras hacía las cosas aún más lentas. Estuvimos 8 horas para que nos pongan una rampa y bajarnos. Cuando finalmente lo hicimos, ya eran las 7 de la tarde, había anochecido y nosotros no teníamos adónde quedarnos en Manaos.

Monitos en el jardín botánico, plena ciudad!
Sin hacernos muchas preguntas salimos a la calle. Notábamos que 10 días en el agua, lo dejan a uno con una sensación de mareo y desorientación, una vez en tierra firme. Encima estábamos en medio del peor tráfico de la ciudad. Tratando de aclarar un poco las ideas, decidimos que lo primero era comer. Entramos a un shopping, con nuestra pinta de náufragos y comimos en Subway, que debe haber sido el mejor sándwich del mundo en ese momento. Después ya nos quedamos frente al inevitable momento de siempre ¡¿Dónde dormimos??!! Nuestra guía de viaje poco ayudaba, y los precios no nos convencían (o convenían). Ya nos habían advertido nuestros amigos camioneros que en Manaus no hay estaciones de servicio donde pasar la noche, pero igual no descartamos la opción y comenzamos a buscar. Encontramos una estación, muy céntrica, que estaba recién estrenada. Paramos y preguntamos si podíamos dormir ahí. Tuvimos suerte, el encargado estaba de buenas y no le quiso ensuciar el karma a la estación, así que nos dejó pasar ahí la noche. Aclaró muy bien que sólo por esa noche. Nos acomodamos lo más rápido posible, y sin que nos importen los ruidos externos (que eran muchos, estábamos sobre una avenida bastante concurrida) nos dormimos como bebés. Al otro día entramos en la ansiedad de conocer Manaus y nos la pasamos vagando por las calles y probando todos los frutos y brebajes amazónicos que conseguimos.


Otra vez nos cayó la noche y nosotros sin lugar donde dormir. Intentamos de nuevo en las estaciones de servicio y nada. Además Manaus no parece un lugar muy seguro como para dormir en cualquier lado. Para colmo, nos enteramos de la muerte de Hugo Chávez y nosotros tan cerca de Venezuela. No lo podíamos creer. Nos perdíamos la Venezuela de Chávez. ¿Cómo iba a ser viajar por ese país con tanta incertidumbre rondando?

En fin, terminamos en la Pensión Sulista. La opción menos cara, porque barata no es. El Chico fue el clandestino. Dispuestos a hacerlo pasar la noche en el auto, solito, aunque se nos partía el corazón, empezamos a preparar su lugarcito, para que estuviera cómodo. Un empleado de la pensión, nos preguntó adonde iba a dormir el perro. Le contestamos que en el auto. Empezó a decir que si no se ahogaba ahí adentro, que el conocía historias sobre gente que se había asfixiado en autos cerrados y que abrir un poco las ventanas no basta, etc. Todo lo decía en tono de desesperación, como si él mismo fuera a dormir en la Kangoo. Nosotros tratábamos de tranquilizarlo, pero no mucho, para ver si se movilizaba y Chico pasaba mejor la noche. El hombre fue a pedirle al dueño de la pensión que nos dejara tener a Chico en el cuarto. El dueño vino con mala cara a preguntar si el perro ladraba. Con cara de ángeles le juramos que no. Nos dijo que si el perro llegaba a ladrar nos echaba de la pensión con perro y todo. Nos metimos en el cuarto y el Chico, como si supiera que la cosa pasaba por él, se portó como un perro bueno y hasta ligó una cama para dormir! Vale aclarar que hemos dormido muchas veces con los vidrios del auto totalmente cerrados y no nos morimos ni nos faltó el aire! Eso es un mito total. Al día siguiente volvimos al vagabundeo. Mucho ya no nos quedaba por ver, pero igual, una ciudad así hay que sentirla. Y se la siente caminándola de cabo a rabo.

Aquí la naturaleza es indómita y al primer signo de abandono por parte del humano se hace dueña de cualquier lugar
Más fotos haciendo click acá

jueves, 6 de junio de 2013

Y el Amazonas fue nuestro...

Nuestra travesía por Amazonia se seguía haciendo desear. Después de embarcarnos, fueron dos días y dos noches anclados en el puerto de Belém, esperando el lento y desorganizado embarque de todos los autos y camiones que completaban la carga. Nada nos importaba, ya estabámos arriba, con comida gratis, y cómodos durmiendo en nuestro mini rodante.

Además de los LatinoameriKangoos, habían 7 tripulantes incluída la cocinera, que si bien de simpática no tenía nada, nunca dejó a nadie sin comer, y hasta modificó su forma de cocinar para atender gustos particulares. También viajaban dos camioneros que iban acompañando sus cargas y lograron colarse en la balsa como nosotros: Claudio y Ezequías. El primero, que aunque es catarinese le pusieron gaúcho, es marxista sin saberlo y un poco fascista también, a conciencia. Con él mantuvimos largas charlas sobre política que animaron las mañanas junto al "cimarrão", o sea, un mate a lo brasilero. Le compartimos nuestras Venas abiertas, del inefable Galeano, lo leyó de cabo a rabo y le encantó! El segundo, a quién por 5 días llamamos de Ezequiel, porque no le entendíamos ni el nombre cuando hablaba, es nordestino y además atravesado. Resultó ser una gran persona, y pegamos buena onda, a pesar de entendernos casi sólo con gestos. El Chico fue el que más linteractuó con él porque, todos los días, Ezequías le daba comida de verdad (entiéndase, no alimento para perros). Fue al único que no le ladraba furiosamente si se acercaba a nosotros o al auto, y tenía sus motivos.

Claudio, Facu, Ezequías y un simpático tripulante
Tanto Claudio como Eze nos enseñaron las reglas de "etiqueta" de los navegantes, así no la errábamos y terminábamos saliendo por la borda, sin escalas, hacia Manaos. Pues abundan las historias de camioneros borrachos que se pelean con la tripulación y estos se encargan de tirarlos al río. Nos acompañaron en la travesía y nos fueron contando los secretos del río mientras nos volvíamos amigos de la vida y nos preguntábamos ¡¿Cuándo íbamos a llegar?!

Desde Belém se tarda dos días en llegar hasta el rio Amazonas. Antes hay que navegar el Río Guarajá y el Río Pará. Esos dos días son de los más hermosos ya que en la orilla del río se puede avistar como viven las comunidades indígenas ribeiriñas. Se los ve felices: los niños se suben a las balsas para pedir galletitas u otras cosas que no pueden conseguir de otra forma, los padres se acercan a intercambiar pescado por pollos y vender algunas frutas, castañas o pequeñas sillas de madera hechas por ellos mismos. De vez en cuando se ve algún indiecito bien rubio, lo que da la pauta de que tan aislados no están. Las casitas las construyen sobre pilotes de madera, encima del río, rodeadas de vegetación y parece mentira que alguien pueda vivir ahí, sin pisar nunca la tierra.


Ya una vez que se está navegando el Río Amazonas, el área no está protegida por ninguna reserva (aunque parezca irónico) y el panorama es otro. Los habitantes siguen construyendo sus casas sobre el río y con madera, pero ya no dejan nada de la vegetación de alrededor y pequeños aserraderos se escuchan por todo el camino, así como también se ven balsas del largo de dos cuadras llevando troncos de árboles que tardaron cientos o decenas de años en crecer. A medida que se va avanzando, la vegetación escasea cada vez más, pero abundan pequeñas granjas, con sus gallinas, sus cabras y sus vacas alimentándose en la margen del río. También prolifera como una peste (y espero no ofender a nadie) la iglesia "Assambleia de Deus". Habremos visto una treintena de ellas a lo largo de todo el viaje, hasta en los lugares más remotos.

Ahí van los árboles del Amazonas
Todo esto lo íbamos observando desde nuestra balsa, que de suerte alcanzaba los 10 km por hora, y nos sumía en un sopor interminable. Nuestra "balsa" consistía en 1 remolcador que empuja dos grandes plataformas de 75 mts de largo por 20 de ancho, en donde viajan todos los autos y camiones. Durante el día nos ubicabamos al principio de la embarcación, de frente al río, y colgábamos nuestra hamaca abajo de una "cengonha", que es un carro que se acopla a un camión para transportar dos pisos de autos. Así, abajo de un Chevrolet Vectra gris, los días pasaron entre macramé, lectura, charlas, siestas y tereré.

El Capitán Mimiro y sus dos balsas enganchadas.
Tanta había sido nuestra maquinada con todo el tema de transportarnos hasta Manaus, que no nos dimos la oportunidad de prepararnos animicamente para la selva más conocida, polémica y nombrada de la historia. El día antes de salir, alcanzamos a leer nuestra escueta guía de viaje, Lonely Planet, que a decir verdad no le hace nada del honor que se merece a esta parte del planeta. También nos conseguimos un libro de Isabel Allende, Las aventuras del Águila y el Jaguar, cuyo primer tomo transcurre en la Amazonia. Hay que darle el crédito a Isabelita, que se documentó muy bien para escribir el libro y combinó la geografía y la historia, ya mágicas, de la Amazonia brasilera y venezolana con un toque de ficción que permite seguir la realidad de la zona casi a la perfección, si se lee en la clave correcta. Ahí empezamos a entender un poco más de qué se trataba.

Así juegan los niños en el Amazonas.
Unos atardeceres de ensueño, en silencio absoluto, rodeados de la más salvaje naturaleza. Y el Amazonas fue nuestro...


Más fotos haciendo click acá

miércoles, 5 de junio de 2013

Preparándonos para el Amazonas en Belém do Para

La travesía por el río Amazonas ocupó nuestras cabezas por meses. No eran pocos los obstáculos que teníamos que sortear, desde el precio del flete del auto y nuestros pasajes, hasta la forma de transportar al Chico, ya que llevarlo en los usuales barcos de pasajeros con hamacas colgadas unas encima de otras, y con todos los pasajeros hacinados, no parecía muy factible.

Mercado Ver-o-Peso, increíblemente popular y bueno!
Con todas esas dudas, y muchas más elucubraciones alrededor, llegamos a Belém do Pará, ciudad mítica si las hay, portal de la Amazonia. Con la tranquilidad y comodidad que nos brindó nuestro amigo de Couchsurfing, Rafael, pudimos dedicarnos a hacer todas las averiguaciones pertinentes para llegar a Manaus, mientras conocíamos esa ciudad, aunque sea un poco. Ya se empezaba a palpitar la Amazonia, con sus hierbas medicinales, los brebajes que rozan la brujería, frutos exóticos y una humedad y lluvias implacables. Además de que los rostros de las personas comenzaron a mostrar sus rasgos indígenas (caboclos) y el río se extendía como un mar en el horizonte. Nosotros nos dedicamos a absorber todo lo posible de esa cultura y no dejamos pasar la culinaria: quién tenga la posibilidad de probar la autentica guaraná de Amazonia o un plato de douradinha frita con açaí en el Mercado Ver-oPeso, no deje de hacerlo!


Por el lado de la travesía, le dimos muchas vueltas a la ciudad en búsqueda del mejor precio y de la posibilidad de subirnos al mismo barco con la Kangoo. Todo parecía indicar que viajar junto con la Kangoo sería imposible, que ya ninguna balsa carguera estaba transportando pasajeros, y hacerlo está prohibido bajo grandes multas. Después de muchos problemas con camioneros que viajaban con sus camiones en las balsas, se emborrachaban, se peleaban, se caían al río y hasta se mataban, la ley prohibió transportar pasajeros junto con vehículos.

Estábamos casi con las ilusiones derrotadas, aceptando que nos separaríamos de la Kangoo por 10 días, y sabiendo que esto significaría un durísimo golpe al bolsillo, además de exponernos a robos y muchos nervios. Así que nos jugamos la ultima carta. Fuimos a una estación de servicio donde nos habían dicho que se juntaban los camioneros, para ver qué podíamos conseguir. De tanto insistir, dimos con una persona que nos contactó con un hombre con quién nos juntamos en Icoaraci (al Norte de Belém). Ese hombre nos conseguía un precio considerablemente más barato que otras empresas y nos llevó a hablar con el gerente de una empresa naviera. Ante nuestro pedido de viajar con el auto, el gerente nos dijo que había una posibilidad, pero debía confirmarlo con la capitanía. Nada era seguro. Nos pidió que fuéramos al día siguiente a embarcar el auto y que ahí nos enteraríamos si podíamos viajar en la misma balsa.

Hasta Chico estaba harto de esperar!
Nos fuimos contentos, pero tratando de no hacernos ilusiones. Por las dudas armamos nuestro plan B: nos hicimos la mochila como si tuviésemos que viajar por otro lado, y aseguramos las puertas de los cajones de la Kangoo, en donde están todas nuestras pertenencias, con dos robustas maderas y clavos, para disminuir el riesgo de algún robo. Al otro día llegamos a la hora pactada y nos encontramos con una buena y una mala noticia. La balsa no salía ese día, pero ya era seguro que ibamos a poder viajar junto con el auto! Nos fuimos muchos más ilusionados todavía, pero sin poder creerlo, el plan B seguía vigente.


Al tercer día fuimos a embarcarnos y otra desilusión: aún no había llegado el Diesel para la balsa (por lo menos eso nos dijeron), así que no podíamos salir. Más espera... Nuestra ansiedad estaba por las nubes, ya que al Chico nunca lo declaramos como equipaje. Quien escribe sin embargo, siempre pensó que el perrito está tan mimetizado con nosotros que es raro que nos lo hagan dejar afuera de algún lugar o actividad, ya verán más adelante que la teoría se va reforzando.

Finalmente la cuarta fue la vencida, y el día sábado nos embarcamos los cuatro en "Capitán Mimiro", la embarcación que nos llevaría a Manaus, aún sin poder creer lo bien que se nos había dado todo.  

Ya embarcados en el Capitán Mimiro con perro y todo! Por Chico nadie preguntó nada, viajó gratis :)
Más fotos haciendo click acá

martes, 4 de junio de 2013

Enmaranhados

Dejamos Jericoacoara y toda su aura atrás, y manejamos hacia el Suroeste a través de una sierra, para entrar al estado de Piauí, uno de los estados más pobres de Brasil. Esa misma noche llegamos al parque Nacional de Sete Cidades, que es conocido por sus extrañas formas en las piedras. Pudimos dormir en la entrada del Parque, con ducha incluída y seguros ante la custodia de la guardia. A la mañana siguiente visitamos el Parque que no fue tan interesante como creíamos, asi que a la tarde ya estábamos nuevamente en la ruta, hacia un nuevo estado, Maranhao.



Entre Luzilandia (Piauí) y Sao Bernardo (Maranhao) no hay ruta, y eso no lo sabíamos. Un rio divide los dos estados y el puente está en construcción desde hace mucho tiempo, pero se conectan por balsa. Una vez más nos trepamos todos a una balsita y ya del otro lado hicimos los 10 kms de tierra y vacas hasta llegar Sao Bernardo. Noche en estación de servicio y al día siguiente el plan era seguir unos 250 kms hasta Sao Luis, capital de estado. 


Peeero, nos llegó una buena noticia. Nuestro amigo cordobés Alejo nos confirmó que estábamos invitados a pasar unos días en Atins, en donde tiene una casita con su novia. Atins es una pequeña comunidad de no más de 1000 habitantes, pegada al Parque Nacional dos Lencois Maranhenses, lugar de ensueño. Para alcanzar Atins, primero hay que llegar a Barreirinhas, desde donde parten 4x4 hasta la comunidad. Llegar a Barreirinhas desde donde estábamos fue mucho más dificil de lo que nos imaginamos. Mapa y GPS no mostraban rutas seguras, entonces debíamos dar una gran vuelta, casi llega a Sao Luiz, y volver 200 kms hasta Barreirinhas. Íbamos con esa idea, hasta que en el camino no pude con mi genio y pregunté por una alternativa más corta. Un camionero me indicó que había una ruta más corta, de unos 200 kms en total, con 75 kms de tierra, pero seguros, sin sobresaltos. Allá fuimos... y claro, resultó ser que esos 75 kms tranquilamente podían ser un tramo de Dakar. Ahí estaba la Kangoora, lista para enfrentarlos, pues si queríamos volver atrás había que deshacer demasiado camino. Mucha arena, agua, cráteres, serruchos y piedras. El costo fue enterrarnos una vez (pudimos salir con la ayuda de locales), un nuevo ruido para la Kangoo, y pasar algún que otro momento de tensión. De todos modos, una prueba de fuego para nuestra viajera que respondía una vez más a las exigencias de la ruta.



Llegamos a Barreirinhas de noche, exhaustos y mugrientos, por lo que nos regalamos una noche en una posada de ruta, la cual aprovechamos al máximo. Al día siguiente, esperamos toda la tarde la 4x4 para salir rumbo a Atins, que finalmente salió. Las camionetas van cargadas con nativos de la comunidad, que llegan hasta Barreirinhas para comprar sus víveres, ir al médico y conectarse con el mundo (teléfono e internet no existen en Atins). La travesía son dos incómodas horas, con gente apretada, bolsas de comida en los pies y a los saltos, atravesando comunidades indígenas y varias dunas. 


En Atins las calles son de arena, todos se conocen, la comunicación es de boca en boca, y la gente es sumamente amigable. La Casa do Boi de Alejo y María transmite paz, amor y buena energía. A pocos metros del mar y del río, pasamos 5 días mágicos, en silencio, en contacto con Dora Lis, quien ayuda en la Casa do Boi, con la gata Morena y con Chico. Los Lencois Maranhenses son enormes dunas en donde en la época lluviosa el agua forma lagunas de agua cristalina, generando un paisaje único. Sabiendo que íbamos en la época seca, cabalgamos hasta ahí y vimos el desierto con sus dunas, pero sin agua. Atins sin los Lencois llenos de agua sigue siendo un lugar increíble, y estamos muy agradecidos con Alejo y María que nos abrieron las puertas de su casa. Encontrar la 4x4 en Atins para volver a Barreirinhas tampoco es fácil. A veces salen, a veces no. Calculo que depende de las ganas del dueño de la 4x4, y de si hay suficiente gente que vaya para allá. En Atins el tiempo tiene otro sentido y valor. La hora no es algo exacto ni que tiene que ser respetada. Y está bueno que así sea. Después de rastrear por todo el pueblo si había alguien más que fuera para Barreirinhas, y de ser conocido como "el turista que está buscando una Toyota para Barreirinhas", tuve suerte y nos subimos a una.




De vuelta en la civilización, y ahora si, camino a Sao Luis, ciudad colonial y antigua ciudad más importante del Norte de Brasil. Hacía unos días habíamos hecho contacto via Couchsurfing con Joâo, así que hicimos 200 kms y fuimos al encuentro de nuestro futuro amigo y anfitrión. Joâo nos llevó hasta su casa en la ciudad de Saô Jose de Ribamar, vecina de Sao Luis, en donde pasaríamos varios días con él y su familia, los Evangelistas, en un humilde barrio y una humilde casa. La madre de Joâo no sabe leer ni escribir, y el padre apenas escribe la dirección de su casa, pero Joâo es universitario y es profesor en un colegio secundario, prueba de fuego del avance entre una generación y otra como producto de la inclusión como conquista social. Fueron días de vivir desde adentro la realidad de una familia humilde maranhense. Maranhao es un estado muy particular, de los más pobres de Brasil, pero con un fuerte arraigo a su tierra. Son maranhenses antes de ser brasileros. La ciudad de Sao Luis está llena de vida, claramente dividida por un puente en casco antiguo y casco moderno. El antiguo es el colonial, extendido y excelentemente conservado. El moderno es el empresarial e industrial, con trazados ordenados y bien planificados. Una ciudad limpia, con una playa en donde uno puede circular libremente con el auto. Nunca antes visto! Además, Sao Luis es la capital nacional del Reggae, entonces no faltó la cerveza en la calle con buen ragga de fondo.




De vuelta al barrio, una fuerte despedida de Margarida y los Joâos (padre e hijo) Evangelista, para seguir nuestro camino rumbo a Belém. Un nuevo ferry nos cruzó desde Sao Luiz hasta Cujupe, navegando por la bahía de Sâo Marcos, para hacer unos kms. más y dormir en una estación de servicio en la pequeña ciudad de Pinheiro. Al otro día, manejamos 460 kms. entrando al estado de Pará y llegando a la ciudad de Belém. Nos pellizcábamos para creer que este viaje había llegado ahí, a la puerta de Amazonia.



Más fotos haciendo click acá

Dos lugares mágicos: Canoa Quebrada y Jericocoara

Después de un mes en Natal, que nos pareció eterno luego de comprobar que ya adquirimos adicción a la ruta, salimos nuevamente al camino. Con nuestra Kangoora ordenada, un nuevo espacio atrás para que Chico pudiera viajar cómodo, ya que no entraba más abajo del asiento del acompañante (su antiguo lugar preferido). Estábamos felices de continuar el periplo.

El nuevo lugar de Chico en la Kangoo
Nuestro primer destino fue Canoa Quebrada, en el estado de Ceará. Llegamos a la tarde y estuvimos dando vueltas por el pueblo y viendo los parapentes que pululaban por el cielo y la playa. Ya teníamos fichado un lugar donde dormir, abajo de un techito, en el estacionamiento de un bar que cerraba de noche. Llegamos como a las 7 de la tarde, cuando la gente del bar estaba cerrando y después de las averiguaciones pertinentes sobre la seguridad del lugar, nos empezamos a instalar. En eso se acercó un hombre que según parece tenía algo que ver con el bar y nos preguntó cuanto tiempo íbamos a estar en el estacionamiento y en qué posada nos estábamos quedando. Sin saber muy bien la intencionalidad de la pregunta, le dijimos que en un rato nos íbamos y él no dijo nada más. Pero la mala onda quedó flotando en el aire. A pesar de eso, y a falta de opciones mejores, nos quedamos a pasar la noche, con algunos sobresaltos. En un momento escuchamos ruido de animales, y al asomarnos nos encontramos con una manada de burros! (sí, de los de verdad, cuatro patas, orejones). También una moto que iba y venía, tocaba bocina siempre en el mismo lugar, cada una media hora, más o menos muy cerca nuestro. Nunca supimos qué quería. Pero la noche no fue muy buena, hasta los mosquitos estaban decididos a echarnos y nosotros sin OFF!

Al otro día estuvimos aprovechando la playa hasta mediodía y Facu se hizo las anheladas trenzas en la cabeza, previa cita con una señora muy especial. Ella nos contó que se estaba recuperando de un cáncer, pero que no podía dejar de trabajar para hacer reposo porque tenía niños chicos que mantener. Se nos partió el alma, pero nos llenamos de admiración. También me enseñó a hacer trencitas, así podía ganarme unos pesos en la playa. Le confesé que me daba cosita hacer ese tipo de trabajo para viajar cuando otros lo hacen por subsistencia. Ella me respondió con una de las mejores frases que escuché en el último tiempo: “El sol no es cuadrado, es redondo, hay espacio para todos bajo el sol”. Me quedé muda, siempre la generosidad, aún cuando el dinero escasea, sorprende. Gran lección del viaje.

Así quedaron las trencitas!

El siguiente destino fue Jericocoara, lugar del que habíamos escuchado muchísimas historias, y que sobre todo nos hacía pensar en los “Cogumelo”, la adorable familia hippie que nos abrió las puertas de su casa en Campo Grande ya hacía unos cuantos meses. Sabíamos que no los encontraríamos ahí, porque en esa época todavía estarían pedaleando desde el Mato Grosso do Sul hasta el nordeste brasilero. Pero pensar en conocer ese lugar que ellos tanto extrañaban nos despertó muchas expectativas y la seguridad de que ahí la íbamos a pasar muy bien.

Teniendo en mente que para llegar a Jeri debíamos cruzar dunas inmensas y dejar nuestra querida Kangoorita, nuestro hogar, sola, además de desembolsar mucho más dinero del que estamos acostumbrados, salimos al encuentro del destino. En algún lugar de nuestras cabezas sonaban las palabras de un portugués loco, que creía que existe una forma de llegar a Jeri en un auto normal (o sea, sin doble tracción). Algo que habíamos desestimado después de sucesivas e infructuosas búsquedas en Internet sobre el tema, olvidándonos del siempre bien útil, paso a paso. De nada vale adelantarse a los hechos. Así fue que llegando a la ciudad donde debíamos dejar la Kangoo, para seguir en 4x4, con mochilas y perro a cuesta, vimos unos carteles en los que se ofrecía un guía para llegar a Jeri por tierra. Sin muchas esperanzas, bajamos a preguntar si con nuestra Kangoo podíamos hacer esa travesía que todos nos habían pintado de imposible. Los guías nos aseguraban que sí y que sí, y nosotros no les podíamos creer, pero decidimos arriesgarnos, ya que el costo del guía era muy inferior al costo de llegar en una 4x4 más el alojamiento.
Las dunas de Jericocoara, por acá tuvo que pasar la Kangoo

La técnica del guía, que decía llamarse Maradonio (no sabemos si para halagar a su público argento o no), consiste en desinflar un poco las gomas del auto para que haga tracción en la arena y no se quede. Nos aventuramos por una ruta de tierra, que nos condujo hasta un pueblito costero muy cercano a Jericocoara. Desde ahí fuimos por la playa, que se hace muy ancha en el horario en que la marea baja, y después a más de 60 km/h por caminos llenos de arena, en los que no se puede frenar a riesgo de quedar varados. Por supuesto aprovechamos el camino para contarle nuestra historia a Maradonio, explicarle que no podemos quedarnos en las caras posadas brasileras y que en general dormimos en nuestro autito, estacionados en algún lugar tranquilo. Eso nos hizo ganarnos un tour extra por Jeri y hasta nos dejó en lo que sería nuestro alojamiento: un espacio vacío en la calle principal del pueblo. Ahí, bajo unos añosos árboles, pasamos nuestras noches, soñando con las conversaciones de los comensales que poblaban los restaurants vecinos. Por suerte soplaba un vientito que amenizaba y nos permitía dormir felices. Así pasamos tres noches. Durante el día aprovechamos para conocer lagunas con aguas del color del mar Caribe, mirar la puesta del sol en la playa, subir y bajar dunas de arena y pasear por el pueblo que tiene un halo de paz y amor muy penetrante. El Chico por supuesto estaba en todas. Salvo en la noche, que como era un cachorrito, no bien se ponía el sol, él se dormía.
Laguna "Paraíso"


La hora en la que el sol se baña en el mar


Una noche, conocimos a Romi y Ema, unos argentinos que ya hacía 10 meses que estaban en Jeri. En seguida conectamos con ellos y nos invitaron a su casa en el “coqueral”. Les hablamos de los Cogumelo y nos sorprendimos al saber que ellos habían escuchado hablar de esta familia. Según parece los Cogu también vivieron en el coqueral. Parecía que desde que conocimos a los Cogumelo estábamos predestinados a llegar al coqueral, esta vez de la mano de Romi y Ema. Así fue que pasamos a tomar unos mates un mediodía (previo haber subido la Kangoo a una duna para poder llegar al lugar!!!) y nos quedamos dos días compartiendo la vida de los chicos, llena de mates, macramé, comidas caseras, la vaca Margarita, una camada de perritos y otra de gatitos, recién nacidos!
Siempre que la vida nos pone amigos en el camino, les pedimos que nos firmen nuestra viajera a modo de recuerdo.